Es evidente que el confinamiento del mes de marzo ha contribuido a valorar e impulsar el teletrabajo. Este permitió la continuidad de la gran mayoría de actividades económicas y empresariales. Si bien, parece que esta medida que fue la solución para muchas empresas y las salvó del cierre, sigue sin ganar importancia suficiente para comenzar a consolidarse.
Después del confinamiento, la mayoría de estas actividades han vuelto a la completa presencialidad. Es más, a jornadas partidas interminables con dos y tres horas de intervalos entre ellas. Se ha vuelto al estrés de la rutina diaria de los desplazamientos, de la dificultad de las familias de conciliar la vida familiar y laboral y de la escasa posibilidad de disponer de tiempo libre para realizar ejercicio físico o dedicar al ocio.
Todo ello reduce la calidad de vida de las personas cada vez más valorada por la población en general y, en especial, por los milenians que constituyen la base de nuestro futuro. Además, tiene un impacto físico y emocional que perjudica la productividad de los recursos humanos, e impide seguir avanzando en la igualdad laboral entre mujeres y hombres.
“La reticencia al cambio de las empresas dificulta contar con equipos humanos preparados y profesionales”.
Ante esta situación, las empresas van a tener mayores dificultades para conseguir recursos humanos preparados y profesionales que estén dispuestos a aceptar trabajos en empresas reticentes al teletrabajo y a la flexibilidad de las jornadas laborales. Los milenians son tecnológicos, hacen un uso muy diferente del tiempo de los perfiles tradicionales y están acostumbrados a emplear metodologías de trabajo y de motivación que, bien utilizadas, aumentan la productividad.
Y es que, seguimos sin aprender…